2014/09/05

Ni cien palabras eróticas


Me pides que me entregue entero y conduzco el nardo hasta la tierra que me reservas. Lo planto poco a poco para que lo acojas con fuerza y se asiente completamente. Paramos el tiempo, pues la marea de tu mar ya lo zarandea a su gusto. 

Entre flujo y flujo, marea y marea el alba se aproxima a los cuerpos fundidos, que entre sueños y duermevelas despiertan al calor del primer sol, en sus primeras horas de vida... 



© Samier 2014 09 05

2014/09/03

Gato

Me quedo contigo, lector paciente. No dejes de leer nunca.

No sabía qué hacer con el cuchillo manchado de sangre, pero le dio una patada. Miró a un lado, a otro, sintió como la oscuridad escondía unos ojos que le observaban. Se agazapó contra la pared más negra y observó el lugar que parecía ofrecer una salida, hasta acostumbrar la pupila a la ausencia de luz. Pasaron unos segundos interminables y escuchó en el silencio de su corazón unas pisadas que se alejaban del lugar en que se encontraba. No podía saber si había sido visto y lo que era peor, si había sido reconocido. Se levantó lentamente y caminó por las sombras en compañía de la duda que no le iba a dejar dormir.



Se estiró, agudizó los oídos, estiró el cuello y giró la cabeza en todas direcciones. La noche sin luna se había apoderado del silencio. Lentamente caminó fuera del local. Apenas había viento y él se movía en simbiosis con las sombras de las ramas del parque que le conducían hacia el río. Se limpió y decidió volver donde se encontraba el cadáver, tomando más precauciones para no ser visto. Tenía que llevárselo a un lugar más seguro.

Cogió lo que en su propia piel era un fardo. Apenas le arrastró, y en volandas, ágil, lo trasladó hasta el lugar menos visitado del parque en que se había lavado. En el calor nocturno del verano paraba la excavación para observar que no había nadie próximo que pudiera descubrir su trofeo. Rápidamente, hizo el hueco suficiente para no dejar algo al aire, ni siquiera el rabo. Le enterró, y como el que se acaba de quitar un peso de encima, caminó contento, casi a saltos, en dirección a su hogar, donde su ama le iba a estar esperando con el pienso de todos los días. Se acicaló antes de entrar en la casa para no dejar ningún rastro de tierra y se acomodó en su cama esperando el amanecer, cual gato doméstico que era.


© Samier 2014 09