2014/10/15

Tangibles


Somos los únicos tangibles que quedan en la ciudad, pues el brillo de nuestros ojos nos ha salvado y nos hemos reconocido por la sonrisa mutua de entendimiento. Mi brazo se extiende hasta tomar tu mano, entrelazándose nuestros dedos en un nudo marinero que con el simple deseo de una parte puede deshacerse, pero que nuestro común rumbo afianza para volar en busca del propio refugio que amplía nuestro edén.

Foto de Maurio Granata
© Samier 2014 09

Finalista
I Concurso de Microrrelatos Eróticos
 "Sensaciones y sentidos"
Diversidad Literaria

2014/10/06

Sin energía

Con dolor en los pies al levantarse de la cama, tambaleándose y medio dormido, aún de noche, se dirigió a oscuras hasta la habitación de al lado para no molestar a su mujer. Entró en el baño, cerró la puerta y accionó el interruptor de la luz eléctrica sin que la habitual iluminación de la bombilla le diera la respuesta esperada. ¡Vaya, bombilla fundida!, pensó sin dar importancia al hecho. Sus ojos se habían acostumbrado a la penumbra que anunciaba la próxima luz del día y siguió el aseo habitual sin meter ruido y medio a oscuras. Se dirigió a la cocina para preparar el desayuno, pero el interruptor de la cocina tampoco produjo el efecto esperado de la luz. “¡Coño!”, pensó, “a ver si son las resistencias de la casa, caprichosas ellas que se evaden cuando les peta”. Comprobó el estado de las resistencias y parecían estar bien. Como ya empezaba el alba a perder su nombre, siguió con poca luz, pero con los ojos adaptados. Tenía prisa pues el tiempo se le echaba encima. Peló dos nueces y con ellas en la boca como las ardillas, salió al rellano del piso, pero la lámpara, que con sólo abrir la puerta principal se iluminaba, tampoco funcionó. Otro ¡vaya! dejó salir de su boca en esta ocasión. Aun así, apretó el botón de llamada del ascensor, sin que por ello se iluminaran las lucecitas que avisaban de su subida y de estar ocupado. Tampoco escucho ruido como consecuencia del movimiento de su mecánica. No se movió el aparato. La casa estaba a oscuras, el jardín sin iluminación y la calle también. Aunque la noche ya casi se había evaporado, las nubes se empeñaban en mantener la oscuridad un poco más. Se dirigió al garaje donde guardaba su vehículo sin que la energía, como el día, diera  luz, obligándole a abrir el portón a mano. Las casas de alrededor, adornadas con sus sombras, transmitían una sensación etérea, y el vehículo en que se desplazaba semejaba con sus faros la luz de una vela móvil, que al proyectarse sobre la ciudad casi a oscuras acentuaba la escasa sombra que proyectaban los edificios fantasmagóricos de una mañana tan rara. En el camino al trabajo no estaban funcionando los semáforos, los conductores de los coches parecían sonámbulos y las emisoras habituales de radio no emitían. Busco en el dial, hasta que encontró una emisora que emitía solamente una frase: “No hay energía en la ciudad y la nuestra se está acabando, confiemos en que pronto se restablezca el servicio”.


       © Samier 2014 10 

2014/10/01

Canelo

Entre un sol de quiero, pero las nubes no me dejan, pues se meaban como el que no se puede contener, transcurrió un paseo fotográfico por la naturaleza sugestiva de Cagoira,  un lugar aún no pútrido por la acción del hombre, aunque ya se había encargado éste de llenar de puentes entre valle y ría, para adornar el paraje de construcciones, ya ruinosas, de una supuesta edad media normanda.

Sorprendentemente, un nadador contra corriente subía el río en un esfuerzo descomunal. Hubo unos minutos titánicos, de lucha contra el molino de viento en que se había convertido el agua, que le impedía avanzar un solo milímetro. Desesperaba verlo, ¡tanto esfuerzo innecesario con riesgo de ahogo!

La tensión se respiraba en las nubes, que  oscurecían el día a un negro cargado de lluvia inminente, mientras un ligero viento frío barría el suelo zarandeando las hierbas altas, hasta que tras unos minutos, una tenue luz de sol empezaba a romper la oscuridad sobrevenida.  Por fin, se pudo ver un avance cada vez mayor en la brazada de esa férrea voluntad, puesta en un empeño de gran nadador, liberándonos así de la angustia de un éxtasis contemplativo que no daba crédito.

No es que fuera confiado, pero el lugar, la bondad de sus gentes y el poco tiempo que pensó pasar en ese, a pesar de todo, paradisíaco espacio, le dio pie al abandono del bolso en el interior del vehículo en que viajaba. Sólo una pareja se le cruzó en el camino, pero hubo otra más que le quebró el día. El aprendiz de brujo no supo leer el tiempo que la naturaleza le mostraba, los hechos que sobre él se agolpaban y que a gritos le declamaba. Seducido por el alba, subyugado en la mañana, robado al medio día, tanto se extasió que canelo atardeció.


© Samier 2014 10 01