Sin energía
Con dolor en los pies
al levantarse de la cama, tambaleándose y medio dormido, aún de noche, se
dirigió a oscuras hasta la habitación de al lado para no molestar a su mujer.
Entró en el baño, cerró la puerta y accionó el interruptor de la luz eléctrica
sin que la habitual iluminación de la bombilla le diera la respuesta esperada.
¡Vaya, bombilla fundida!, pensó sin dar importancia al hecho. Sus ojos se
habían acostumbrado a la penumbra que anunciaba la próxima luz del día y siguió
el aseo habitual sin meter ruido y medio a oscuras. Se dirigió a la cocina para
preparar el desayuno, pero el interruptor de la cocina tampoco produjo el
efecto esperado de la luz. “¡Coño!”, pensó, “a ver si son las resistencias de
la casa, caprichosas ellas que se evaden cuando les peta”. Comprobó el estado
de las resistencias y parecían estar bien. Como ya empezaba el alba a perder su
nombre, siguió con poca luz, pero con los ojos adaptados. Tenía prisa pues el
tiempo se le echaba encima. Peló dos nueces y con ellas en la boca como las
ardillas, salió al rellano del piso, pero la lámpara, que con sólo abrir la
puerta principal se iluminaba, tampoco funcionó. Otro ¡vaya! dejó salir de su
boca en esta ocasión. Aun así, apretó el botón de llamada del ascensor, sin que
por ello se iluminaran las lucecitas que avisaban de su subida y de estar
ocupado. Tampoco escucho ruido como consecuencia del movimiento de su mecánica.
No se movió el aparato. La casa estaba a oscuras, el jardín sin iluminación y la
calle también. Aunque la noche ya casi se había evaporado, las nubes se
empeñaban en mantener la oscuridad un poco más. Se dirigió al garaje donde
guardaba su vehículo sin que la energía, como el día, diera luz, obligándole a abrir el portón a mano.
Las casas de alrededor, adornadas con sus sombras, transmitían una sensación
etérea, y el vehículo en que se desplazaba semejaba con sus faros la luz de una
vela móvil, que al proyectarse sobre la ciudad casi a oscuras acentuaba la
escasa sombra que proyectaban los edificios fantasmagóricos de una mañana tan
rara. En el camino al trabajo no estaban funcionando los semáforos, los
conductores de los coches parecían sonámbulos y las emisoras habituales de
radio no emitían. Busco en el dial, hasta que encontró una emisora que emitía
solamente una frase: “No hay energía en la ciudad y la nuestra se está
acabando, confiemos en que pronto se restablezca el servicio”.
© Samier 2014 10
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