Jaqueca
Sal y silicio caían por sus dedos
desde los cabellos mojados de mar. Nubes avaras en agua, tapaban el vacilante sol
de un verano interminable. Otro día más con la visión obnubilada le mostraba un
mundo de planetas negros al cerrar sus párpados. Un simple rayo de luz
reflejado en el cristal le dejó ausente, incomunicado. Entre las pastillas y
las inmersiones en la mar recuperaba a ojos cerrados la normalidad de sus venas
inflamadas, tras un viaje en otra dimensión de los sentidos.
Se tumbó sobre la arena, tapó sus
ojos con una toalla y empezó a meditar para evadir el dolor punzante que le
taladraba, dejándose llevar por el pensamiento de que los días malos también se
terminan. Buscó la normalidad en una respiración profunda, que dirigió desde
los pies a la nuca. El aire fresco del norte equilibró la temperatura de su
cuerpo, haciendo desparecer la electricidad y el sabor metálico que le
inundaba, y aunque el dolor golpeada con agujas la membrana de su cerebro, que no
quería dejar de sonar, al menos tuvo el consuelo de ser sones en tonos bajos. La
inflamación se tornó liviana y el sueño breve fraguó un descanso en la
tamborrada.
Aguas turbulentas de interior, y placidez
en la propia mirada. El mero deseo le columpiaba sobre los hilos de la
imaginación que desde lo alto de los cipreses tejían las arañas risueñas de
felicidad, quienes con sus mil ojos contemplaban la fragmentación controlada de
las neuronas que una a una caían en sus redes. A nada podía oponerse, pues esfuerzo
y dolor le rompería en pedazos y quería conservar el cuerpo que observaba fuera
de si.
La memoria troceada le mostró la
risa aguda de las sirenas borrachas en su escasez de oxígeno, que le dejaban
frío, como las sombras en los inviernos de infancia. Mientras, el tiempo había
muerto y en su Olimpo de eternidad se vivía el germinar continuo de plantas en
suspenso, siempre verdes, siempre dando flor. La primavera era vaivén hacia
adelante y hacia atrás, pero a él el frío
no le abandonaba y acolchado en la oscuridad de su dolorida cabeza, vio pasar la
Navidad desde la altura de las arañas.
© Samier 2014 11
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