2014/11/14

Jaqueca 
           
            Sal y silicio caían por sus dedos desde los cabellos mojados de mar. Nubes avaras en agua, tapaban el vacilante sol de un verano interminable. Otro día más con la visión obnubilada le mostraba un mundo de planetas negros al cerrar sus párpados. Un simple rayo de luz reflejado en el cristal le dejó ausente, incomunicado. Entre las pastillas y las inmersiones en la mar recuperaba a ojos cerrados la normalidad de sus venas inflamadas, tras un viaje en otra dimensión de los sentidos.


            Se tumbó sobre la arena, tapó sus ojos con una toalla y empezó a meditar para evadir el dolor punzante que le taladraba, dejándose llevar por el pensamiento de que los días malos también se terminan. Buscó la normalidad en una respiración profunda, que dirigió desde los pies a la nuca. El aire fresco del norte equilibró la temperatura de su cuerpo, haciendo desparecer la electricidad y el sabor metálico que le inundaba, y aunque el dolor golpeada con agujas la membrana de su cerebro, que no quería dejar de sonar, al menos tuvo el consuelo de ser sones en tonos bajos. La inflamación se tornó liviana y el sueño breve fraguó un descanso en la tamborrada.

            Aguas turbulentas de interior, y placidez en la propia mirada. El mero deseo le columpiaba sobre los hilos de la imaginación que desde lo alto de los cipreses tejían las arañas risueñas de felicidad, quienes con sus mil ojos contemplaban la fragmentación controlada de las neuronas que una a una caían en sus redes. A nada podía oponerse, pues esfuerzo y dolor le rompería en pedazos y quería conservar el cuerpo que observaba fuera de si.


            La memoria troceada le mostró la risa aguda de las sirenas borrachas en su escasez de oxígeno, que le dejaban frío, como las sombras en los inviernos de infancia. Mientras, el tiempo había muerto y en su Olimpo de eternidad se vivía el germinar continuo de plantas en suspenso, siempre verdes, siempre dando flor. La primavera era vaivén hacia adelante y hacia atrás, pero a él el  frío no le abandonaba y acolchado en la oscuridad de su dolorida cabeza, vio pasar la Navidad desde la altura de las arañas.


© Samier 2014 11

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