El cansancio cargado en
su espalda le hacía un arco, que no era del iris, precisamente. Sus
manos de huesos doloridos no soportaban el peso de sus lecturas, y
así no podía paliar el insomnio de sus ojos casi ciegos. La
prematura soledad, ya entrada en años, marcó en el poco tiempo de
un día de descanso forzado, las arrugas de una vejez anticipada. Se
dejó caer de espaldas, cerró los párpados, cayó el libro al suelo
y quedo todo cerrado.
Samier 2014 01
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