Invisible

El suelo había perdido
la resistencia natural a su peso. Siguió sin encender la luz,
recreándose en mantener los ojos cerrados y tantear así su
equilibrio y sentido de la orientación. Se puso ropa de deporte,
protegiendo sus manos con guantes y se calzó pensando que las nuevas
zapatillas eran extraordinarias, pues la sensación de andar sin
tocar suelo empezó a sorprenderle gratamente.
Salió al bosque que
rodeaba la casa y abrió los ojos por primera vez. Los árboles
callaron las palabras habituales que provocaba el aumento de la
temperatura del nuevo sol al articular sus hojas. Quedaron mudas.
Comenzó con un paso
rápido, atemperó el ritmo para soportar un ejercicio constante y
que durara al menos una hora, sin percibir el silencio extraño del
bosque Era un experto en regular su esfuerzo, aunque hacía ya más
de un año que no movía un músculo, más allá de lo estrictamente
necesario.

Era un correr fugado de
sí mismo, se sentía ajeno. Se alejaba del rincón caliente de su
ser. Sin calor, pero también sin frío. Como la niebla ante el sol,
un placer de desvanecimiento se apoderó de él, dejando de estar
aquí y allí, para estar sin estar en ningún lugar, pero en todos.
© Samier 2015
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